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Channel: PERROS EN LA PLAYA
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Abrí esta bitácora en agosto de 2006. Siete años y cuatro meses más tarde, le toca el turno a la entrada número 700. Si hago promedio, significa que he colgado una entrada cada cuatro días, lo que no está mal para una página que nació casi a escondidas, con el solo propósito de compartir traducciones, aforismos, apuntes sobre esto o aquello… en fin, lo que surgiera. Por el camino se han ido creando sintonías, afectos, amistades incluso. Por el camino se han escrito al menos dos libros que no existirían sin la exigencia o mandato interno que encarna esta página. El contador indica que Perros en la playa tiene 300 seguidores, aunque asumo que muchos se habrán bajado en algún momento del viaje; treinta ya me parecerían muchos. Si eres de los que siguen visitando y leyendo esta página, acepta por favor mi agradecimiento. 

Dicen que la del blog es una moda que ha perdido fuelle y que no tardará en desaparecer. No sé. Para mí nunca ha sido una moda, sino un modo de ser más fiel al carácter disperso y diverso de la escritura, un reflejo bastante respetuoso del caos que impera en mi escritorio. Así que no es probable que lo deje en un futuro más o menos inmediato (lo que no quita para que me tome algún descanso de vez en cuando)... Mientras alimentar a la bestia no me condene a pasar hambre, aquí estaré.




Las palabras se mueven, la música se mueve
solo en el tiempo; pero lo que tan solo vive
solo puede morir. Tras hablar, las palabras
alcanzan el silencio. Solo por la forma, la pauta,
pueden palabra o música alcanzar
la quietud, como ahora un jarrón chino
se mueve eternamente en su quietud.
No la quietud del violín mientras la nota dura,
no aquella solamente, sino la coexistencia,
o digamos que el fin precede a su comienzo,
y que fin y comienzo estuvieron presentes
antes del comienzo y después del fin.
Y todo es siempre ahora. Las palabras se tensan,
se resquiebran y a veces rompen bajo la carga,
bajo el esfuerzo, escapan, resbalan y perecen,
la imprecisión las roe, no saben su lugar,
no saben estar quietas. Voces aullantes
que reprenden, se burlan o solo parlotean
no cesan de asaltarlas. La Palabra en el desierto
es atacada, sobre todo, por voces tentadoras,
la sombra sollozante en el baile funerario,
el sonoro lamento de la desolada quimera […]


T. S. Eliot, «Burnt Norton», V (fragmento)


trad. J.D.


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