PS. Por si alguien tiene curiosidad, aquí va el enlace con la entrevista que le hice el año pasado a José Manuel Caballero Bonald y que se publicó en el número 17 de la revista Minerva. De nuevo el Premio Cervantes va a parar a un escritor que ha vivido por y para la poesía. Bien es verdad que el autor de Entreguerras ha incursionado en muchos otros géneros: novela, artículos, libros de memorias... Pero tampoco es casual que haya vuelto una y otra vez a la poesía y que haya recurrido a ella en el tramo final de su viaje creativo. Ha sido el eje de toda su actividad literaria, su manera de ser fiel a los imperativos no siempre convergentes de la palabra, la imaginación y la propia existencia.
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epifanía de lo cotidiano
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john ashbery / un poema inédito
lista de pendientes
El extraño camina hacia los niños, que se adentran
en el cielo. Nace una lección. Hay quienes
dirán que nos hace mejores. No nosotros, sin embargo.
Nacimos para ignorar las señales de aviso
[y negar las coacciones a testigos.
Por lo demás, seguiremos el orden del día que se fraguó para nosotros.
Elegías en lata. «Eso» viene a resumirlo más a menos
mientras nuestro paso por el planeta termina ambiguamente.
Y aunque fuimos propuestos para el cuadro de honor
otros ascendieron en nuestro lugar, guardaron silencio
en la paradoja envolvente. Invitados a inspeccionar coches viejos,
pocos se dieron cuenta de a qué daban su conformidad,
o de cómo el muro vacío convertido en confidencia incriminatoria
florecía en forma de sala de sucesos y casos paranormales…
justo lo que esperábamos del temblor incitante de la tarde marchita.
«De lo más ilustre»… Me voy acercando
aunque no necesite la atención… o casi,
porque sucede, simplemente, ¿o…?
No sé cómo me siento.
Es esta ignorancia de los números y sus consecuencias,
[nosotros incluidos.
Recostado sobre un tartán ambiguo en una cabaña elegante, uno escucha
arias olvidadas de un altavoz con forma de petunia.
Donna è mobile. Où va la jeune Hindoue?
Oui, c’est elle, c’est la déesse. Pero no me liberes
todavía. Demasiado poco es demasiado pronto.
Lo mismo da gruñir como un bote a pedales en una zanja
que terminar aceptando como nuestras estas prácticas tardías.
Quedan muchas preguntas
y no quieren saber nada.
Trad. J.D.
¿Ashbery escribiendo poesía política? Algo de eso parece haber en esta «Lista de pendientes» que acaba de ver la luz –con otros tres poemas inéditos– en el último número de Poetry Nation Review. Sólo así tengo la impresión de comprender cabalmente las dos primeras estrofas, aunque ya sabemos que con Ashbery el verbo «comprender» adquiere un sesgo especial. Ese verso sobre los que «ascendieron» y «guardaron silencio / en la paradoja envolvente» tiene miga, la verdad, como la tiene también el verso final, todo un golpe de genio. «Por lo demás, seguiremos el orden del día que se fraguó para nosotros»… Si esa frase no define cabalmente la inepcia de nuestros gobernantes, no sé qué otra puede hacerlo.
No me olvido de dar las gracias a la poeta y abogada María Antonia Ortega, que me dio la traducción de un par de términos de la jerga jurídica anglosajona: «coacciones a testigos» (witness tampering) y «confidencia incriminatoria» (state’s evidence), que es el testimonio confidencial que un coimputado ofrece con la esperanza de obtener un trato ventajoso (como ver rebajada su condena). Se comprende que en estos dos casos toda traducción es aproximada, pues el sistema jurídico de Estados Unidos es diferente al nuestro; por no hablar de la fuerza subversiva que tiene, en el original, la palabra «state», y que la traducción sencillamente no puede replicar…
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monósticos 4, 7
...IV
Parpadeas igual que una pantalla en un salón vacío.
En el fondo del bosque las palabras no pesan.
Un niño se perdió volviendo a casa, y así comienza todo.
Tengo los ojos rojos de tanto hablar contigo.
...VII
Una casa. Un salón. Una pantalla.
Si no sabes qué ocurre, afina los oídos.
Fuera, el viento sacude los pliegues de los toldos.
Vida es lo que se deja interrogar.
Unos dedos son unos dedos son unos dedos.
Fuera, el viento perturba el agua de los charcos.
Si pones atención, oirás voces.
de Monósticos (Del Centro Editores, 2012)
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paisajes eléctricos
Los veo desde hace días en distintos puntos de la ciudad. Son dos, también distintos cada vez; instalan una mesa desplegable junto a una tapa de alcantarilla y se sientan, en mitad de la calle o en un cruce, ante una masa confusa de cables del subsuelo a los que auscultan con un pequeño aparato con aspecto de consola de juegos o de mesa de mezclas. Por la tranquilidad con que trabajan, enfundados en sus monos, indiferentes a los peatones o los coches que pasan a medio metro de sus rodillas, se diría que están jugando al dominó. No sé bien si son cables de telefonía o del tendido eléctrico, pero los escrutan y desovillan como si fueran serpientes dormidas, un nido de reptiles que ha sido exhumado para estudiar sus costumbres.
Dan ganas de frenar el paso y quedarse mirando desde la barrera. Pocas veces el trabajo manual, y más al aire libre, tiene un aire tan sofisticado. El tablero es como una pizarra donde espera una ecuación y los dos operarios, que no dejan de hablar en voz baja mientras arriman los ojos al instrumental, parecen matemáticos embebidos en un debate sutil que sólo ellos comprenden. Y mucho de eso hay, sin duda. De hecho, a nadie se le ocurre detenerse o comentar la jugada con su vecino, que es lo habitual cuando se trata de una zanja o de un solar en obras. El dominio de la electricidad supuso en teoría el fin de muchas supersticiones, pero ella misma se convirtió en un saber supersticioso, mirado con respeto por los profanos (que, cruzado cierto umbral, somos casi todos). Yo, desde luego, paso de largo con el pasmo intrigado de quien no entiende nada, pero contento de tropezarme con esta imagen insospechada de la civilidad: una mesa en mitad de la calle; dos hombres haciendo su trabajo sin alardes; la sensación de que una tarea importante y quizá molesta se resuelve como una partida de naipes entre parroquianos; liviandad y destreza.
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era esto
Ese umbral crítico que alcanzan tarde o temprano ciertas relaciones, da igual si son amigos o conocidos… Rarezas, antojos, comportamientos que antes disculpábamos o que pasábamos por alto, se convierten de pronto en la clave tonal que explica las corrientes de fondo de su personalidad, el vector que unifica o armoniza a largo plazo las discrepancias del día a día. Aquello que no queríamos explicar por trivial, aquello que no subrayábamos para evitar que el trazo borroneara también la amistad, es de pronto lo que mueve los hilos, la mano maestra. El instante de la revelación se parece un poco a ese pasaje de las «Instrucciones-ejemplo sobre la forma de tener miedo» de Cortázar donde el protagonista, aliviado al descubrir que no tiene nada grave, se arrellana en el sillón de la consulta y descubre, bajo la penumbra de la mesa, que su médico «se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer». En nuestro caso, no se trata quizá de un descubrimiento tan grotesco o tan desconcertante. La caída de caballo puede ser un encuentro casual en la calle, o un mensaje inexplicable de correo, o un gesto de desdén que no esperábamos y que rompe el último hilo. El caso es que ya no podemos ver a esa persona de la misma manera. Algo ha cambiado, y el hilo roto nos dice que es para siempre. Es triste, sí. Pero la tristeza va acompañada de un alivio innegable: Así que era esto…! Las cosas claras, sí. Y el pasado que comienza a perderse, a desleírse, desde el momento mismo en que parece explicable.
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Ferdinando Scianna / Sant-Elia, 1980 |
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tocar fondo
Monedas, siempre de dos caras, que nos convierten en unos descarados.
Babel como una bendición insospechada: todavía tenemos la esperanza de hacernos comprender; basta con encontrar un buen traductor.
Ha sembrado tantas ilusiones y buenos deseos que ahora, al brotar como espigas a su alrededor, le oscurecen el aire y le borran los caminos.
Después de mucho caer toca fondo. Y entonces descubre que ese fondo está hecho de todo lo que despreció hasta ayer mismo.
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yeats / los hombres ganan con los años
Vencido estoy bajo mis sueños,
un maltrecho tritón de mármol
a la intemperie, entre las aguas;
y todo el largo día miro
la belleza de esta mujer
como si un libro me ofreciera
el retrato de una belleza,
contento de llenar mis ojos
o los oídos perspicaces,
feliz de ser un sabio, pues
los hombres ganan con los años;
y aun así, aun así,
¿es todo un sueño, o la verdad?
¡Ah, si la hubiera conocido
en mi vehemente juventud!
Mas envejezco entre mis sueños,
un maltrecho tritón de mármol
a la intemperie, entre las aguas.
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de sueños que sueñan
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El confort, 1995. Acrílico sobre lienzo, 200 x 200 cm. |
Divertimento para el pintor Pelayo Ortega
El cuadro nos devuelve como protagonista de su historia a un resucitado Fernando Pessoa: pero no el Pessoa que todos conocemos o creemos conocer, crepuscular y huraño, perdido entre los muelles y la garúa lenta del anochecer, embaulado para la posteridad, conversando en silencio con fantasmas que iluminan su regreso a casa. En este cuadro, el Pessoa de Ortega parece un maduro inglés aristocrático, un ocioso inglés retirado como los que Hergé hubiera imaginado para Tintín: sabio experto en ideogramas chinos, tal vez, o aventurero ocasional en las selvas birmanas. Un Pessoa libre al fin de fantasmas, seguro de sí mismo, que trueca su abrigo raído por la comodidad (el confort, dice Ortega, con afortunado anglicismo) de unas zapatillas verdes y un jersey de cuello alto: un jersey Jorge Chávez, como lo llaman en Perú, donde tuvo la suerte de acompañar a Tintín en una larga expedición andina que casi acaba con su vida.
Ahora, sin embargo, descansa: lee, fuma en pipa y, con la mano derecha, la que tiene libre, se entretiene acariciando a Reis, su gato birmano, regalo del cónsul inglés en uno de sus primeros viajes a la selva. Es de noche. La figura reposa serena pero firme: el cuello erguido, el libro en alto, el brazo izquierdo doblado en impecable ángulo recto, todo en su postura transmite el poder inmóvil de un cuerpo acostumbrado al rigor y la disciplina física. Detrás de Pessoa, una pequeña ventana circular se abre a la noche, fondo añil donde brilla una estrella solitaria. Única compañera o testigo visible del poeta aventurero, la presencia de esta estrella junto a la figura en perfil sugiere un emplazamiento en alto: un rascacielos, una torre, un observatorio. Esta impresión se ve reforzada por la presencia, en primer plano, de dos cortinas a modo de telón que enmarcan la escena: en otras palabras, dos cortinas encarnadas que rodean una aparente segunda ventana por la que Pelayo Ortega parece observar a Pessoa. ¿Lo observa, o mejor será decir, atendiendo a la atmósfera teatral del cuadro, que Pessoa se deja mirar con actuada y fingida inconsciencia? Difícil decidirlo. Saben bien sus amigos lo mucho que hubo de esperar Ortega para hacerse con esta imagen; saben cuántas veces, apostado en esquinas y soportales, buscó entre la lluvia neblinosa la figura incierta del poeta, cuántas veces creyó adivinarlo con su paraguas entre las sombras y cuántas pareció escaparse, desvanecerse en el paseo del puerto como un espectro marino devuelto a las olas. Pasaron los meses y, de repente, el poeta dejó de visitarnos, desapareció de nuestras vidas como si nunca hubiera estado entre nosotros. Tan sólo quedaron, a modo de consuelo, los cuadros que Ortega pintó en horas de vigilia y espionaje: cuadros que nos devolvían otra ciudad, otras calles, no las nuestras, ni siquiera aquellas otras, leídas y releídas, del poeta, sino las de Ortega mirándole, tratando de entenderlo, haciéndole hablar, sabiéndose igual, siendo aquel a quien seguía.
Pero una noche, sin previo aviso, Ortega soñó o volvió a soñar al poeta aventurero. Soñó un cuadro de De Chirico y un espacio desierto, salpicado de largas sombras y maniquíes y torres soñadas por De Chirico. Y en una torre, Pessoa, abandonado vigía en tierra de nadie. Recuerdo haber entrado en aquel sueño a la noche siguiente, invitado por Ortega, y recuerdo también, con la intensidad de lo apenas creíble, haber subido a una de esas torres para usurpar, siquiera un instante, el puesto de un maniquí. Allí había instalado Ortega su caballete y sus tubos de pintura; allí, contra la limpieza geométrica de una ventana pensada por De Chirico, había inclinado el pintor su telescopio; allí había pasado la noche pintando, espiando, adivinando. Y allí también pude ver yo a Pessoa, desasido y absorto al otro extremo de la lente, viva imagen de la soledad acompañada como se nos muestra ahora en el cuadro.
Tierra de mudos vigías que Ortega soñó soñada por De Chirico. Ociosos aristócratas ingleses que Ortega recibe de Hergé y convierte en lectores apasionados en tierra de nadie. Cuadro soñado por un sueño primero: el confort, dice Ortega. Allí sigue el poeta, sabiendo que ha llegado, con la satisfacción del deber cumplido. Allí lo imagino yo, ya entrada la noche, levantando los ojos del libro, buscando la ventana, sabiendo que a lo lejos, tras el cuadro, en otra torre que no conoce pero oscuramente adivina, alguien le mira y sonríe para sus adentros: alguien que no envidia ni compadece las razones de su exilio.
[Escribí este divertimento hace más de dieciséis años, en el verano de 1996, y lo incluí en mi segundo libro de poemas, Diálogo en la sombra, publicado un año más tarde. Lo rescato ahora después de pasarlo por el túnel de lavado y quitarle algunos lunares retóricos. No sé si continúa teniendo validez o hasta si se entiende, pues está escrito en una etapa, muy de aquella época, de entusiasmo por los juegos de espejos y los caprichos de la imaginación. Era una forma de homenajear al pintor Pelayo Ortega, cuya obra siempre me ha fascinado, y también de rendir tributo a algunos ídolos compartidos. Ahora lo leo como una muestra de ese humor coqueto y algo pagado de sí mismo de quien ha leído demasiados libros sin haberlos digerido bien, pero a fin de cuentas tenía veintiocho años y hay peajes que es inevitable pagar. Además, para qué negarlo, uno ha sido siempre de aprendizaje lento. En cualquier caso, tiene un aire crepuscular, íntimo y a la vez expresivo, que rima bastante bien con este tramo final del año.]
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en luchana
Está el hombre sentado junto a la boca del metro con los ojos gachos y un cartón en su regazo: «Tengo ambre / Ayudame». Pasan dos con aire de haber tomado el café del mediodía y oigo que uno le dice al otro, con esa ronquera satisfecha tan de aquí: «Mira éste… ya se ha comido la hache».
Decía Canetti que «cuando se tiene algo que decir, ¿de qué sirve el ingenio?». Se ve que no conocía esta maña que se dan algunos para convertir el ingenio en la sal de cualquier herida.
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listas, listas
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Alec Soth, Minnessota, 2007 / © Magnum Photos |
La verdad es que nunca me han gustado (ni me he creído) demasiado las listas de fin de año, ese injerto del mundo del deporte o la competición que tan mal casa con los ritmos y las necesidades de la lectura, pero no puedo negar (¡viva la contradicción!) que me he llevado una alegría al ver que mis dos últimos trabajos como traductor de poesía han logrado colarse en algunos de estos inventarios. Si en BabeliaÁngel Rupérez incluyeConjeturas y esperanza, la muestra de John Burnside publicada por Pre-Textos, entre los cinco mejores libros de poesía extranjera del año, en el ABC Cultural Jaime Siles destaca la Poesía completa (Seix-Barral) de Paul Auster como el mejor libro dentro de ese mismo apartado, el de poesía extranjera. Por último, en la revista virtual Koult, el joven escritor Hasier Larretxea ha logrado que la antología de Burnside figure entre los veinte mejores libros del año (en el puesto 17) junto a los de poetas tan extraordinarios como Adam Zagajewski, Zbigniew Herbert (atención a su Poesía completa en Lumen) o Mahmud Darwix...
Ya digo que nunca me he creído mucho estas cosas, pero a nadie le amarga un dulce y me alegra que por una vez el viento haya soplado en la dirección de libros a los que uno ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo. Gracias a los tres por su gentileza y el elogio implícito en la elección. Y ahora, si me disculpáis, voy a por ese pellizco de sal que se merecen estas cosas...
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feliz navidad
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Pieter Brueghel el Viejo, Cazadores en la nieve (detalle) |
[…]
Así la rueda de las estaciones
te será dulce, ya el verano vista
la tierra de verdor, o el petirrojo
se pose y cante en la desnuda rama
del musgoso manzano, entre mechones
de nieve blanda, mientras a su lado
la techumbre de paja humea al sol;
ya caigan del alero
las gotas de rocío, sólo audibles
en la quietud que sigue a la tormenta,
o el oficio secreto de la escarcha
las torne estalactitas refulgentes,
calladas bajo la callada luna.
S. T. Coleridge
«Escarcha a medianoche»
«Escarcha a medianoche»
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auster en buen salvaje
Hace unos meses la revista peruana Buen Salvaje me pidió un artículo breve sobre mi traducción de la Poesía completa de Paul Auster; en palabras de su responsable, Dante Trujillo Ruiz, «un comentario personalsobre lo que ha sido esa experiencia; un acercamiento». Venciendo la pereza que me da volver sobre trabajos ya hechos, y con la sensación de que difícilmente podía añadir nada a lo expuesto en la «Introducción», escribí estos cuatro párrafos que ya se pueden encontrar en la red: no son demasiado personales(lo mío no es la confidencia, lo reconozco), pero ayudan a entender el cuándo, el cómo y el porqué. Van también, en edición bilingüe, cuatro poemas de Auster a modo de escaparate. (Por cierto, releo los versos finales de «Provenza: Equinoccio» y tengo la sensación, nada arbitraria, de que hablan del futuro inmediato, de esa larga espera de la primavera que arrancará tan pronto acabe el año.)
[…] como si el sueño
te llevara tan lejos
que pudieras hablarme de la densa
y embarrada semilla
que está ardiendo en nosotros,
y apaciguar el lento dolor de primavera
que trabaja
por entre el largo desarraigo
de las estrellas.
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john hewitt / sustancia y sombra
Hay una desnudez en las imágenes
con las que aplaco el tiempo
por defender mi mente;
por defender mi mente;
se bastan y se sobran con sus tercos secretos;
inútil sublevarse contra su reticencia:
el chapuzón de un alcatraz,
garzas junto a un estanque,
ese grajo que vuelve con el último sol,
una araña encogida sobre un tallo de helecho
y cardos en la copa de un manojo de mies,
una roca en la escarpa, moteada de liquen,
los destellos del sol en los carámbanos,
su durable sentido cifrado en atributos
de textura, color, silueta y nada más.
Son nítidas, exentas, sencillas, propias de
la pequeña república que he demarcado
como el acre seguro donde mi juicio acierta,
mientras alrededor de sus confines
se extienden los escombros de la duda.
Mi lámpara ilumina la tetera en el fuego
y proyecta su sombra en la pared de cal
como un perfil asirio rematado, en lo alto,
por un yelmo con cresta de serpiente o de ave;
pero sigue siendo una sombra; cuando muevo
la lámpara o aparto la tetera se esfuma
y quedan al garete sustancia y sombra, desgajadas,
esas que solo el bronce apuntalaba, bronce o piedra.
trad. J. D. / el original, aquí
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Una de las antologías que más frecuento últimamente es 20th-Century Irish Poems, editada por el poeta irlandés Michael Longley y publicada por Faber & Faber hace justamente diez años, en 2002. Longley tiene un gusto infalible y nada dogmático, le da a cada quien su espacio y sabe elegir los mejores poemas, o los más característicos, de cada autor. Longley, de obra tan escueta como intensa, confiesa haber dado rienda suelta a su pasión por el poema breve, y el libro contiene algunos ejemplos memorables, como la «glosa» de Thomas Kinsella que traduje y colgué en esta bitácora hace algo más de un año. Pero hay más ejemplos, desde alguna pieza poco conocida de James Joyce a instantáneas de escritores contemporáneos como Greg Delanty, Gerald Dawe o Mary O’Malley.
Un poema algo más extenso que el de Kinsella pero igualmente célebre es este de John Hewitt (1908-1987), que me atrapó desde sus primeros versos y que llevaba meses queriendo traducir. Es una de esas piezas que a uno, la verdad, le habría gustado escribir, supongo que porque tienen algo de lema o de divisa y evocan lecturas de hace años. Este «Sustancia y sombra» es una poética, sí, pero es bastante más que eso: resume o encarna en un puñado de versos una moral de vida, una forma de estar en el mundo y de relacionarse con él. Conozco mal y poco la poesía de Hewitt, maestro reconocido de los escritores que surgieron en Irlanda del Norte en los años sesenta (con Heaney a la cabeza), pero estos versos en particular son emblemáticos del afán de control de la tradición británica, de su negativa a convertir la escritura en un ejercicio exhibicionista o confesional. O, en otras palabras: de su convencimiento de que sólo estableciendo un equilibrio entre los imperativos de la conciencia y de la realidad exterior se pueden amansar los demonios de uno, educarse y madurar. Los excesos patéticos o truculentos están de más. La sombra forma parte de la sustancia, queda fijada en ella, gracias al poder aleccionador de la forma. Algo así parece decir la segunda estrofa, pero lo que más me gusta de ella es el modo en que cambia radicalmente el escenario y el punto de vista de la primera introduciendo, de pronto, la imagen exótica e inesperada de la kettle«como un perfil asirio». Son detalles como estos los que encienden la lectura cuando uno menos lo espera. Y los que permiten entender que poetas como Heaney o el propio Longley vieran en Hewitt a un modelo que insuflaba un poco de aire fresco en el paisaje provinciano de la poesía irlandesa de posguerra.
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aquí, ahora
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piedra y cielo / segunda etapa
El año 2013 ha empezado un poco más tarde de lo debido en esta bitácora. De vez en cuando conviene tomarse un respiro y dejar de alimentar a la fiera. Pero ya era hora de volver, y qué mejor que hacerlo anunciando el primer número de la revista virtual Piedra y Cielo, que coordinan desde Tenerife mis admirados Francisco León, Alejandro Krawietz, Ismael García y Régulo Hernández. Debería añadir: primer número de la segunda etapa, porque Piedra y Cielo tuvo una existencia anterior, en papel, allá por el 2004-2006; se publicaron cuatro números que guardo como oro en paño y que son un ejemplo de cómo debe hacerse una revista literaria: marcando –sin dogmatismos, pero con firmeza– una línea estética clara, decantada, bien audible para quien quiera oírla.
Así que Piedra y Cielovuelve, ahora en la red, y lo hace a lo grande, con textos y poemas de George Herbert, Melchor López, Alejandro Krawietz y José Luis Gómez Toré, entre otros. Un servidor también contribuye con una reseña del Diario anónimo de J. A. Valente que Galaxia Gutenberg publicó a finales de 2011. Aunque el plato fuerte de este número es, sin duda, la entrevista que Michael Silverblatt le hizo al escritor alemán W. G. Sebald y que se recoge en el libro La emergencia de la memoria: conversaciones con W. G. Sebald (2010). Que yo sepa, el libro no se ha editado en nuestro idioma, así que esta entrevista sirve estupendamente de adelanto o cata previa.
Ah, si la lectura en pantalla os incomoda, existe la posibilidad de descargar la revista en formato pdf.
Buena lectura. Y que el 2013 nos sea propicio, que buena falta nos hace.
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un centón para sergio gaspar
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Willys de Castro. Torsión, 1958. Colección Patricia Phelps de Cisneros |
El pasado viernes 18 de enero, el Círculo de Bellas Artes de Madrid acogió el homenaje que escritores, colegas y amigos rendimos al editor Sergio Gaspar tras el cierre de DVD Ediciones. Sabedor de que mis colegas de mesa (mis queridos Eduardo Moga, Juan Manuel Macías, Manuel Rico y Javier Lostalé) glosarían con elegancia y precisión la trayectoria personal y profesional de Sergio–como así fue–, opté por salirme un poco por la tangente y escribir este centón o ristra donde aparecen, sin orden ni jerarquía, no pocos de los títulos de la colección de poesía y alguno de la de narrativa, más los títulos de los tres libros de poesía que Sergio ha publicado hasta hoy. No pretende ser otra cosa que un juego, aunque, como me ha escrito algún amigo, es una manera «de que los títulos homenajeen a su editorial, de que el catálogo cante en honor del catalogador». El juego, por lo demás, es también un intento de combatir esa melancolía que inspira siempre la desaparición de una realidad cercana, y más cuando se trata de una editorial que nos ha permitido respirar mejor, más anchamente, durante casi veinte años. Dan ganas de decir, como un viejo monárquico: DVD ha muerto, viva DVD.
Un centón para Sergio Gaspar y DVD Ediciones
Esta estancia en las afueras a la que ahora debemos renunciar, que cerramos con llave a regañadientes para que quede intacta a nuestras espaldas, tiene y no tiene autoría. La fueron haciendo, con la tenacidad del hombre constante, las horas y los labios, la voz que murmulla a las tres de la madrugada y ese adulto extranjeroque ensaya, frente al espejo convexo, una pronunciación desconocida que quizá sea su autorretrato más genuino, pues al fin y al cabo sabemos bien que yo es otro, se llame Aben Razín o Rengo Wrongo. Es el mismo adulto que, navegando a solas por la habitación, ha llegado a convertirse alguna vez, sin poder evitarlo, en el invitado incómodo de sí mismo.
En esta estancia todo guarda una rara coherencia, como si la viéramos con una lente de gran angular: paredes color cobalto, un lucernario, un muro con inscripciones que reproduce, en miniatura, algunas pintadas del muro de Berlín, un tablero de corcho con el mapa de América, fotos de los dos en la playa, ella con su primer bikini, un retrato de familia en el invernadero de nieve con el gato que sólo quería a Harry… Formas débilesque vacilan en la penumbra, que la piel del vigilante rozó apenas al salir con prisa y que parecen, de lejos, un escenario con las pruebas del delito.
Detrás de una puerta hay otra estancia, que es la misma mitad de la anterior. En su sombrío armario hay un espejo negro y allí, a la luz de un fósforo astillado, tan fino y tenue que parece el hilo de nadie, podemos ver las máscaras que ha colgado de una percha el hombre que salió de la tarta, las hormigas sin sombra que corren por la esquinera, papeles casi subterráneos con el borrador de tres poemas, el dinero que cogerá de la mesa, de un manotazo, el que desordena, antes de contemplar, desplegado frente a él, el fin de semana perdido en un ejercicio triunfante de porno ficción. El mismo que, tras pasar la noche en blanco, sin licencia ni límite, revela en la pantalla su carne de píxel.
Ahora todo se ha fundido en negro y la lengua se ha vuelto ciega, pero no hay cuidado. Esa estanciavivirá impresa en la memoria de los lectores, del huésped panorámico que somos todos al leer. Los que, por más señas, de tanto vadear ríos y no hacer pie aprendimos a medir el peso de los puentes y la tara que soportan. Los que sabemos cómo perdery terminar el día con el barro en la mirada. Los que combatimos la falta de lectura con poemas a la hora de comer y escribimos en nuestra vigilia breves historias de la sombra. Los que observamos, con ojos de entomólogo, la lenta construcción de la palabra, y a ratos perdidos vamos dando forma a nuestro vitral de voz.
No haya, pues, golpes en el pecho (feroces o no) ni heridos graves. No echemos leña al fuego. El mundo no se acaba, ciertamente, aunque se nos haga un poco más pequeño, más hostil. No es la última noche de la tierra ni la destrucción de la mañana. Sólo una nueva revisión de la naturaleza, ley de vida. No hay que hacer ninguna autopsia. Poetry is not Dead. La poesía, que son los nombres del tiempo, que es el diario de la luz, que es amor tirano.
Hace triste, eso sí. Nos esperan, desde ahora –huyendo de las invasiones, esas que recoge el libro de las catástrofes donde nuestros hijos aprenderán a leer–, el cielosin mácula, la errancia a campo abiertobajo un sol de sal, el tránsito hacia un país lejano y sus fronteras de niebla, sus montañas de niebla, el bosque lácteo de la noche donde brilla el hierro de la luna, la estrella que señala el norte magnéticosobre las tiendas de fieltro.
El camino es largo, da vueltas y revueltas mientras en el cielo de Merciase levanta, sorda y remota, la tormenta. Alguien dice: ¿Estás seguro de que no nos siguen? Otro duerme, intranquilo, el sueño del monóxido. Un tercero dibuja pequeños círculos en la tierra. El cuarto pregunta: ¿Dónde? Un quinto susurra para sus adentros: Dime qué.
Heredemos la sabiduría de las brujas. Cultivemos la astucia del vacío. Persistamos en la adoración, de todo y de todos, de nada o de nadie. Escuchemos la corriente subterránea del mundo. Escribamos, en fin, apuntes para un futuro manifiesto.
Después de todo, lo que queda es esto, todo esto.
leído en el Círculo de Bellas Artes el 18 de enero de 2013
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poemas en paradoja
Supongo que quienes visitáis habitualmente esta bitácora conocéis muchos de estos poemas: los acaba de publicar la revista virtual Paradojagracias a la gentileza del joven y brillante poeta argentino Ignacio Uranga. El título de la revista me despierta simpatía, la verdad, y en su portada descubro a un puñado de buenos amigos y poetas admirables: Circe Maia, Juan Carlos Mestre, Roger Santiváñez, José Kozer… He aprovechado para incluir un poema inédito, escrito hace apenas unos días. Se llama «Paisaje» y es muy breve, pero tiene algo de resumen o saldo vital. Es de esperar que no se prolongue demasiado...
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un poema de gerald dawe
Hijo del Imperio
La otra noche soñé con Churchill.
Estaba en el jardín, fumándose un buen puro.
Luego todo cambió y ambos reaparecimos
en un castillo, a solas; un fuego ardía en el hogar.
Retratos de hacendados y príncipes mercantes
nos vigilaban desde el hueco de la escalera.
Hablamos de pintura –la suya y la de otros–
y del fracaso;
de cómo hay que vivir también con él.
Tosía con frecuencia y los ojos se le nublaban
como si fuera a hablar una vez más
del enfermo de Roosevelt, o de Stalin.
Ahora ya sólo veo las pantuflas a cuadros
con su pequeña cremallera a cada lado.
trad. J. D.
Otro poema incluido en la antología de poesía irlandesa de Michael Longley. No conozco bien a Gerald Dawe (1952) y apenas he leído nada suyo, pero me gustó esta visión ligera y hasta compasiva de Churchill; una buena forma de jugar con su condición icónica, de patrón del establishment, hasta desactivarla. La clave, supongo, está en el título, que deja vislumbrar el subtexto político de unos versos que viajan, no por azar, del célebre puro de las fotografías a unas humildes pantuflas. No sé si los escritores, fuera de un puñado de grandes, tienen la última palabra, pero sospecho que si no creyeran tenerla cultivarían bastante menos la pantalla o la página en blanco.
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perplejidad
Vaya por dios... No salgo de mi sombra.
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charles simic en el cuaderno
Hace una semana vio la luz el número 42 (¡ya!) de El Cuaderno. En él, entre otros muchos materiales, se incluía un adelanto de El mundo no se acaba, el libro de Charles Simic que está a punto de aparecer en Vaso Roto Ediciones. Son nueve poemas, a los que acompaña un breve texto en el que trato de iluminar, hasta donde se me alcanza, el mundo poético de Simic. El libro, como digo, está a punto de aterrizar en las librerías. No descarto que el título, dadas nuestras peculiares circunstancias, pueda sorprender o atraer a algún curioso. Pero es todo cuestión de azar, porque la edición original (de 1989) tiene ya veinticuatro años y su optimismo tácito nada tiene que ver con el desastre ambiental que padecemos, este hundimiento generalizado de valores y expectativas.
Podéis leer el adelanto pulsando en cada una de las tres imágenes. Alternativamente, podéis leer el número entero en la página correspondiente de issuu.
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