Está el hombre sentado junto a la boca del metro con los ojos gachos y un cartón en su regazo: «Tengo ambre / Ayudame». Pasan dos con aire de haber tomado el café del mediodía y oigo que uno le dice al otro, con esa ronquera satisfecha tan de aquí: «Mira éste… ya se ha comido la hache».
Decía Canetti que «cuando se tiene algo que decir, ¿de qué sirve el ingenio?». Se ve que no conocía esta maña que se dan algunos para convertir el ingenio en la sal de cualquier herida.